DATOS Y COMENTARIOS ACERCA DE
JOSEPH VECHTAS
Joseph Vechtas nació en París (15/4/1934). Se recibió de
profesor de filosofía en el. IPA y concursó en el mismo, por las cátedras de
Ética y Estétíca. En la
Facultad de Humanidades, aprobó-con excelencia-, Epistemología,
y cursó Lógica-interrumpida por la dictadura-. Durante algunos años, dio clases
de literatura en el Colegio Sagrado Corazón. Al completar Primaria, estudió dibujo
con Manuel Rosé, en la Escuela Nacional
de Artes plásticas y-presentado por José Gurvich-, continuó en el Taller
Torres-García. Orientado por el Maestro, comenzó dibujo con Augusto Torres,
luego, durante varios años, dibujo y pintura con Uruguay Alpuy. Finalmente,
egresó del Taller de Anhelo Hernandez, de la Escuela Nacional de Bellas Artes.
Expuso, entre otros salones, en la Biblioteca Nacional ,
en el museo Blanes y en el de Artes Visuales, del parque Rodó. Publicó cuentos
y poemas en la revista de la
Universidad de Moorhead (EEUU); también poemas y artículos, en
Brecha y Jaque; ensayos y artículos en La Semana de El Día y en Cuadernos de Marcha, Relaciones,
La Pupila , así
como en la revista de la
Academia Nacional de letras. Asimismo, dos poemarios, editados
por la Banda Oriental ,
con prólogos del profesor Jorge Albistur, y una novela (El exilio de Dios), por la misma editorial, con prólogo de la
catedrática, profesora Silvia Lago. Otros libros de poemas fueron prologados por
los profesores Lauro Marauda y el académico Ricardo Pallares. Participó en el
Congreso de Ética (sobre Ethik in Deutschland
und Lateinamerika heute), auspiciado por la Europäiche Hochschulschriften ),
en la Universidad
de Buenos Aires, con una ponencia que publicó la editorial Peter Lang (en
Frankfurt am Main). En el año 2011, el Ministerio de cultura, con el auspicio
de la Embajada
española, editó Figari, estética, arte,
pintura.
INTRUSO EN EL JARDÍN DE LA
MEMORIA
Primeros puentes
Sobre la mesa de trabajo hay cuatro ejemplares de una
interesante publicación uruguaya, titulada
Garcín/Libro de cultura. Conservo esos números(del 2 al 5, años 1981/82), y
casi la certeza de que fue a través de estas páginas donde aparecieron por
primera vez, poemas míos en el suelo natal. La certeza es completa cuando
reconozco que fue allí donde conocí el nombre de Joseph Vechtas. En las cuatro
ediciones aparecen otras tantas partes de un excelente enfoque suyo sobre la
figura de Torres García. Este ensayo y las coordenadas generales donde transitó
el proyecto García, toda una cruzada
en pro de la cultura uruguaya y sus canales internos y externos, cobran una luz
especial al comprobar-casi dos décadas de distancia-, la buena salud de aquella
serie dirigida por José María Nerone. Esos puentes trajeron también perdurables
y generosas amistades a mi vida, poetas y profesores como Álvaro Miranda, Juan
María Fortunato y el propio Vechtas. Todos auténticos “corredores de fondo” en
el ejercicio de las letras, personalidades que han venido desarrollando su
labor al margen de modas, capillas, pirotecnias. Cultivadores de la palabra
nacida de una verdadera motivación personal (la escritura como expresión de
algo sustancial, improrrogable en el silencio), con detonantes y planteamientos
estéticos distintos en cada caso. ¿Cómo comunicar estas obras en un rincón tan
aislado como el Uruguay de 1980 (sin recursos editoriales ni económicos, sin
libertades, y sin ese actual mecenas llamado Internet), sabiendo de antemano
que estarían relegadas al más minoritario anaquel social) Más allá de la
estrategia del autor para la circulación de su trabajo, es innegable la
profunda vocación que sustentó la génesis del mismo. Y es en la vocación del
artista (según me dijera Nelson Marra en Barcelona y en aquellos años), donde
al final se comprueba lo más valioso de su esfuerzo. Los cimientos iniciales de
los puentes con que Vechtas se edificaron, pues, sobre las oscuras aguas del
Río de la Plata
de los primeros ochenta. En su último poemario [El presente incesante] hay un texto titulado “Puentes”, que extiende hasta hoy, una parte de aquella química
histórica, la cual no deja de ser un pasaporte hacia cualquier época humana:”Un puente es un hombre/ yendo hacia otros
hombres. / Cadena de palabras/ con las hebras del aire. / Un hombre es un
puente/ tendido entre dos nadas, / cual huidizos versos/ que duran un instante/
y penden de la voz/ y del olvido”
Itinerario
Las raíces familiares de Joseph Vechtas provienen del este
europeo, aunque él nace en París, en 1934. Establecido tempranamente en
Uruguay, con una significativa incidencia de la posguerra que, intuyo, serviría
de acicate para sus estudios filosóficos, la personalidad y bagaje cultural de
nuestro autor, responden a las del típico montevideano formado a caballo de las
décadas cincuenta y sesenta, aunque con una propulsión extra, derivada de su
inquieta naturaleza individual, una pasión vital y una curiosidad
multidisciplinar nada frecuentes en su sociedad adoptiva. Vechtas ejerció
durante años el profesorado de Filosofía, con incursiones paralelas en el
ensayo, la narrativa y la poesía. Además de sus colaboraciones con Garcín, ha publicado artículos y poemas
en Jaque, La Semana [de El Día],
Asamblea, Brecha y otras revistas y periódicos. La obra poética editada,
comprende los siguientes títulos: Hombre
libre y la Ciudad
del Exilio (Banda Oriental, Montevideo, 1984) y El presente incesante (Montevideo, 1998)[1]
Su dedicación a la plástica se remonta prácticamente a la
niñez. Discípulo muy joven de Torres García, son ilustrativas las semblanzas
que del maestro y su entorno realizara Vechtas al comienzo del citado enfoque en
García (Año I, Nº 2. pág. 91. Montevideo, setiembre 1981). Pienso que en estos
apuntes el autor no sólo sintetiza un fiel retrato del venerable creador y
docente, también nos presenta su propia experiencia de lo pictórico, la cual
tiene claras resonancias en su vertiente poética.
“…quiero comenzar por
mi vinculación existencial con el maestro. Cuando falleció, estaba alejado del
Taller, por diversas razones. (…). Con los años advertí cuán profunda, sin
embargo, ha sido para mí, esa relación.
No se aceptaban más alumnos. Llevé mi cuadrito, me aceptó. Tal vez
Gurvich hizo lo suyo…no lo sé. Era mi primer contacto. Asistí a algunas
conferencias. Respiré ese ambiente espiritual: lo veneraban. Augusto Torres me
dio una, dos clases, en Abayubá. Los demás eran grandes y artistas; yo,
pequeño, callado, introvertido. Aquello, un templo donde pintar era orar.
Luego, Alpuy; un año, tal vez dos. El espíritu del arte me entraba con el olor
del óleo. Dibujé hasta aburrirme. Pité un cuadro, alguno más. Lo asocio al azul
y a la música: la Sinfonía
infantil de Haydn y la alegría luminosa de la experiencia plástica. Un enorme
domingo vital. Frecuentaba el taller de Gurvich: una pieza oscura, telas a
escondidas debajo de la cama; caballete asomado a la poca luz que la madre le
barría a la puerta-ella lo adoraba-; le salían cosas de una gran poesía. (…)
Un día el maestro tuvo unas pocas,
generosas palabras para un bodegón que yo pintara: “Eso es, eso es”. Nada más.
Lo que él quería. Fue una gentileza suya. Yo no abrí la boca. Los grandes me
rodearon con su simpatía.(…)Cuando recibí la espantosa noticia, apenas había
cumplido quince años y ya hacía un buen tiempo que abandonara aquello. Mi
última imagen se liga a unas palabras, breves, significativas: las dijo al
reconocerme en la Exposición. Me
previno. Mas yo era demasiado joven, demasiado. Y me alejé, definitivamente.
Pero no me corre decirlo: mi homenaje fue llorar violentamente su muerte que,
pese a los años, no esperaba, me resistía a aceptar. No fueron sólo las
plúmbeas clases de dibujo, la demora en hacerme tomar los colores, sino motivos
más profundos: escozor al espíritu de escuela, a las versiones aburridas de sus
búsquedas,
al verticalismo-así lo
sentía-, a la ausencia de sentido crítico, a las chicas snob que invadieron la
cueva de Rondeau, ajenas a la mística del arte, ese oficio…Releyendo lasa obras
del maestro, comprendo muchas cosas; lo rechacé visceralmente, sin iniciación
teórica y lo que todavía acepto, más, respeto, en ese hombre a quien debo la
imagen del maestro, de la seriedad artística, de la religión por lo bello-eso
tan temible, como sabía Homero-. Aprendí a percibir el tono, a valorar un
empaste, a sentir la morbidez de la pasta, el frotar de las cerdas, a captar la
unidad de un todo, a sentir la solidez de una estructura, a apreciar el plano,
a advertir la inteligencia constructora, la sensibilidad de la materia, la
música de un ritmo, la música de un ritmo. Y me ha ayudado a comprender que
ciertas afirmaciones puramente teóricas, inválidas tal vez desde el miraje
estético, o contradictorias simplemente, se resuelven en la experiencia
plástica, se retraducen en un código pictórico. En el decir, se adivina un
hacer. Y a la larga, en Torres, es lo
que prima: curó los ojos, articuló las manos, enseñó pintura”.
Los estudios de Vechtas en el Taller Torres García, se
realizaron desde 1946 a
1949. Entre 1947 y 1948m también estudió en el Taller de Uruguay Alpuy,
recibiendo, paralelamente, orientación artística de José Gurvich. Egresó de la Escuela Nacional de Bellas
Artes (Taller de Anhelo Hernández), en 1994. El propio Hernández, al final de
su presentación en el impreso de la más reciente exposición de Vechtas
(Asociación Cristiana de Jóvenes. Montevideo, abril-mayo.2000), describe,
atinadamente, algunas de las características del que fuera su alumno: “(…) Joseph Vechtas aborda las apariencias
cotidianas, la calle, la casa, la ventana, los árboles, las huertas, para
transformarlas, por una suerte de decantación, de maduración, en los
testimonios de un orden. Para ello, somete todo lo que es experiencia visual,
así a lo hermoso como a lo que no nos lo parece, a una clase de cristalización
de la que surge una verdad, la suya. No símil sino versión, no ocurrencia sino
parte descamada de sí mismo”. Joseph
Vechtas comenzó a exponer en 1954 (individual; Grupo Erato. Mdeo). Dentro de la
capital uruguaya alternó muestras individuales y colectivas, obteniendo el
Primer Premio en el IV salón de artes plásticasa de la Asociación de
Estudiantes (1060) y el Segundo Premio en el Primer Salón de Independientes de la Alianza Francesa (1975).
Las ideas y la vida
Los libros de Joseph Vechtas, dan fe de un compromiso serio
y humanísimo con el hombre y su especie. Poeta de aliento machadiano y
emparentado en cierta medida con el halo entrañable, despojado y suburbial, del
uruguayo Líber Falco, la poética de Vechtas, se juega desde el comienzo, a
cuidar el tono, la honesta vibración de cada pieza. Busca y consigue, una
verosimilitud sustentada en versos que se proyectan con claridad y fluidez
expresivas, más afiliados a la sentencia, la reflexión personal, histórico o
filosófica (en buena parte metafísica), que a la experimentación lingüística,
la caza de la originalidad o el afán de encerrarse en el misterio, recursos
completamente lícitos, pero que en tantas ocasiones distraen a los autores, de
un planteamiento formal, tan antiguo como imperecedero: escribir sobre lo que se siente, lo que se considera
esencial del momento en que se vive, lo inherente a la identidad individual o
colectiva, todo aquello que afile las armas del pensamiento o encienda el farol
compartido de la emoción. La temática de fondo no puede ser más clásica: el
amor, la vida y la muerte. Releyendo la mayor parte de su obra, se advierte una
voz apasionada, mucho más enamorada de la vida de lo que ella misma se empeña
en cuestionar, mediante los versos más desolados. Vechtas, si bien ha
perseguido durante toda su existencia, un conocimiento trascendente y redentor
de las circunstancias humanas, no ignora la inútril batalla de las palabras
para iluminar el mecanismo de fondo de los días y sus criaturas.
“Por más que el hombre
quiera/aprehender la realidad con las palabras,/ se desvanecen espectrales en
el aire;/ la realidad, ajena/ al diálogo y al ruego, /ciudad de eternidades
sucesivas”(La noche, de Cosmoagónicas).
En su primer libro, Hombre libre y la
ciudad del exilio, donde comparto la opinión de Jorge Albistur: “una de las más conmovedoras versiones de la
angustia colectiva padecida en los años de la dictadura”, el poema final
trasladaba al lector, a una perspectiva de superación, de dinámica positiva, de
fe en un destino plural (incluso sobrehumano),que está en la base de toda la
estructura vivencial de Vechtas. A través de sus siguientes volúmenes, portadores de situaciones, imágenes y
propuestas de carácter más intimista, el poeta se afianza en versos que sin
dejar de ataviarse de la tónica popular prima una lúcida y, en algunos pasajes,
casi coloquial comunicación con el lector), introducen un hálito espiritua,
heredero tal vez de la religiosidad de fondo, que preconizaba su viejo maestro
Torres García, quien afirmaba que el pintor “vive, pues, , místicamente, con espíritu religioso(…). Y si de alguna pintura puede decirse que
está del lado de Dios mayormente, lo estará el Arte Constructivo”. Vechtas
postularía años después, en la primera estrofa de su poema Como la eternidad, a veces (El presente incesante): “Hay que mirarse a
veces/ como la eternidad nos mira, / ver a nuestros pies el agua/ que corre, de
la vida, / como debe mirar Dios desde su torre”. Ricardo Pallares, en el
prólogo a este último libro, añade: “De
allí, también, nacerían la sensualidad de esta poesía, la suavidad irónica de
ciertas nostalgias, la derivación filosófica, el ropaje para los recuerdos, la
multiplicación de imágenes relativas al orden de la naturaleza primordial, la manifestación intensa del
deseo, la celebración de la vida que se posee, la recurrente confesión de cosas
que se sufren”.
Intruso en el jardín
de la memoria
Cuando regresé a Montevideo en 1986, luego de más de siete
años de ausencia, tuve ocasión de conocer personalmente a Joseph Vechtas y su
familia. Nuestros reencuentros se sucedieron en viajes posteriores y siempre
(desde antes de aquél año), hemos mantenido un diálogo epistolar tan cálido
como enriquecedor para quien escribe estas líneas. Nombro las cartas, porque,
precisamente, a través de ellas, he calibrado a partes iguales, dos constantes
en la vida de esta amigo. Una: su tenacidad creativa e intelectual, la aplicación
permanente en lecturas y trabajos. Otra: el enorme esfuerzo de una empresa
individual, tan decente y válida como marginada por una sociedad que no atiende
a aquellos aportes sin sintonía ni inquilinato con la historia o las
vanguardias reducidas a ombligos oficiales. Uruguay, empatando escasa población
y despilfarro humano, sigue permitiéndose, con tanta insolencia como torpeza,
que personas de la dignidad artística y la altura docente de Joseph Vechtas,
sean algo parecido a un alienígena, no por su naturaleza, sino porque el propio
ámbito decidió olvidarse de los rasgos de sus habitantes más despiertos. El
poeta, en unos versos aparecidos en Asamblea
(Montevideo. 30.10. 1985), pedía a la muerte: “Llévame en un sueño como entré en la vida, / intruso en el jardín de la
memoria”. Yo preferiría que sea el mismo pueblo, al que Vechtas se entregó
con cuerpo y alma, quien le recuerde en el jardín del presente incesante, quien visite su múltiple obra, sus análisis del
panorama estético, filosófico y social, el diálogo personal que el veterano
profesor, todavía (y que sea por muchos años), ofrece y ofrecerá, generoso a
cuanto interlocutor se acerque con noble intención. En el vértice de la calle
Obligado con Libertad, barrio donde vive, o en cualquier calle de la inefable
Montevideo, cuentan ustedes con un pintor que les anotará la existencia, con
luces/palabras reconocibles, porque cada tela y cada página, tienen la
temperatura y el temblor de las palabras que recobran su memoria, la memoria de
todos, nunca de nadie.
Héctor Rosales.
Barcelona, Julio de
2000
Joseph Vechtas: amor y dolor en la encerrona del presente
Ricardo Pallares[2]
(Prólogo a El
presente incesante)
Si tomamos como indicador arbitrario al año de nacimiento
del autor (1934), pertenecería al complejo conjunto de los poetas uruguayos de
los ´60. En el conjunto tiene una presencia muy débil, menos en los círculos
literarios, y está casi ausente en la crítica. (Apenas unos “Prólogos” y alguna
reseña en efímera revista literaria) El hecho en sí no es nada llamativo. Menos
cuando su comienzo fue “tardío”, pues su primer libro, Hombre libre y la ciudad del
exilio, es de 1985; Cosmoagónicas es de 1992, y El
presente incesante, de 1998. Sólo tres libros y algunos ensayos, no
tendrían por qué haber generado otros ecos en un medio que somete a la poesía a
una especie de aislamiento, que no le ofrece mercado ni espacio
retroalimentador en los medios de comunicación social. En este sentido viene a
cuenta lo afirmado por Mario Benedetti en noviembre de 1999, durante su
discurso con motivo de la recepción del Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana, en su VIII convocatoria: “La marginalidad a que se somete le
otorga una libertad incanjeable. La poesía no acepta esa exclusión y se
introduce, con permiso o sin él, en la trama social. Quizá no sepa pormenorizar
los odios descomunales, como hace inmejorablemente la novela, pero en cambio,
construye con pericia los arabescos y las filigranas del amor”. (En Poesía,
alma del mundo. Ed. Visor. 1999) Justamente, Vechtas compone un libro en el que
hay ejemplo de ese tipo de introducción y de filigrana. Cuáles son sus lazos de
“pertenencia”, es asunto que nos llevaría lejos. Al menos, vale anotar que las
disimilitudes propias de lo artístico impactan fuertemente en Heber Benítez, al
tiempo de reflexionar sobre el marco general del tema. “Creo necesario insistir
en la siguiente observación. Buena parte de los poetas uruguayos de los ´60, no
sólo aquellos de los que este trabajo se ocupa, sino el conjunto que se deja nombrar
así, carece de un denominador común, ha sido utilizada por Ángel Rama, para
crear cohesión cultural entre los actores de la escena literaria. La misma
puede resultar peligrosa a la hora de conferir identificaciones puntuales” (En
la compilación: Poetas uruguayos de los ’60. Vol. I. Ed. Rosgal. Montevideo,
1997)
Es seguro que A. Rama usó la palabra con otro propósito y
que en el pasaje transcriptose nombra “conjunto” a lo que se caracteriza-y
luego se describe-, como disjunto. Es que incluso las expresiones promoción o
generación, en sentido amplio, tratan de categorías instrumentales
(construcciones de metalengua literaria o simples facilitadotes de
abstracciones), a los solos efectos de poder nombrar comprensivamente algunos
elementos de procesos que tienen muchos centros y muchas dimensiones. Como
tales son temporalizados y perimidos o estallados o-algunas veces-, confirmado
por las “lecturas”, pero siempre son resignificados por la historia de las
propias literaturas.
Hechas estas apreciaciones, nos acercamos al último libro de
JV, con el propósito de algunas consideraciones críticas y comentarios. El
presente incesante se inicia con dos poesías que, a manera de portada,
plantean el dolor por la suerte del poeta en el mundo. No por reiterada, es
cuestión menos conmovedora. Suele aportar rasgos de autobiografía espiritual
que, en este caso, además, se desarrolla en líneas esenciales a través de todo
el volumen. Se trata de un libro extenso (122 págs), organizado en seis partes
o secciones que aportan contenidos con un horizonte complejo y matizado. El
presente “incesante” del título, es justamente, uno de los temas esenciales que
recorre las primeras secciones y que registra numerosas recurrencias a través
de modulaciones y variantes, al punto que algunas composiciones parecen
sucedáneos de otras anteriores más logradas. El presente como incesante
manifestación-si no como concreción de lo eterno que puede percibir el hombre-,
está acarreado por los títulos de las cuatro primeras partes y, aunque los
correspondientes a las otras dos, carezcan de esa denotación, comparece en la
semántica de apreciable cantidad de sus textos.
Desde el punto de vista de la organización de los
contenidos, de las frecuencias rítmicas de sus afloramientos y sus imágenes más
reiteradas, puede decirse que es el tema que, conjuntamente con la alternancia
de textos breves y otros de mayor aliento, estructura al libro a manera de un
adagio. Una descripción inicial de las seis partes o secciones, podría
registrar-a modo de ejemplo y de presentación-, las siguientes consideraciones:
1.-La primera de
ellas, “Palabra y poesía”, plantea la
lectura como observación de la palabra y a ella como mediadora en la relación y
diálogo del ser con el mundo y viceversa. En el texto “Oído en tierra”- especie de arte poética-, se moviliza la idea de
la intuición y la experiencia como fuentes de conocimiento, de poesía y de
percepción de la vida. Se dice que el poeta aprende (debe aprender) a:
sentir la corriente de
la vida
anunciando las
palabras.
Para Joseph Vechtas la poesía es una categoría de la
existencia cuando aprehende al mundo y al tiempo. La aprehensión no tiene por
qué dar cumplida cuenta de ellos, alcanza con alguno de los modos de sentir y
testimoniar. Es así que a través de sus significados, la poesía, en tanto
pragmática significante, resulta ser integradora, abarcadora, unitiva, a través
de la simbolización del verso, conforme a la ética del bien y la verdad. Dice: “Las palabras son las cosas en el alma”, y
más adelante, “Las cosas no han nacido/de
la palabra humana”. Significa que la poesía, según la ética de la
palabra, articula con lo desconocido y con la plenitud:
El mundo es un árbol
de palabras,
un río de imágenes en
fuga
atrapado en el espejo
de un poema.
De alguna manera la poesía es también una fuente de
conocimiento porque actúa como la conciencia respecto del mundo, como
reveladora, a la manera de un espejo o de una superficie que hace patentes los
objetos de que se ocupa.
2.-“La memoria, espacio del tiempo”, es la segunda sección donde
habla del recuerdo y del espacio por abarcar, que es todo aquello que no cabe
en el yo, la recuperación de los sueños, y el tiempo transpersonal. Es en esta
sección donde aparece claramente, la percepción de la eternidad como
instante-absoluto con mucho de presente, de momento erguido-. Es en esta
sección donde también aparece la lírica de la conciencia del tiempo y de la
movilidad excéntrica del yo que, conjuntamente con los aspectos relativos al
bien y la verdad, recuerdan a la poesía de Líber Falco. De ella y de cierta
zona de la de Ernesto Cardenal, tendría ese impulso de ternura y de bondad, que
alienta en su enunciación. El sujeto está asaltado por la diversidad del sueño,
por la impenetrabilidad de lo real y de lo trascendente, captado apenas como
vislumbre, está estremecido por indicios y sobresaltos metafísicos. Según lo dicho es comprensible entonces,
que el poeta cante sus vicisitudes en la vida y en el mundo de las ideas. Pero
además, ¿ en qué se sostiene el mundo “real”, en qué, si lo siente como “la carne de la luz”?
El correlato parece ser un hombre “que busca sus rostros sin hallarlos”, por lo cual su escritura
nace de las inflexiones aludidas. De algún modo, pues, estamos señalando las
fuentes personales de la poesía de JV, ya que en libros anteriores se presenta
con clara determinación, aunque los intereses líricos de los respectivos
momentos, puedan ser objetivamente otros. Las nacientes estarían en ese lugar
espiritual donde, además, la pausa del instante-el presente incesante-, revela
lo eterno grandioso, y la humana precariedad. De allí también, nacerían la
sensualidad de esta poesía, la suavidad irónica de ciertas nostalgias, la
derivación filosófica, el ropaje para los recuerdos, la multiplicación de
imágenes relativas al orden de la naturaleza primordial, la manifestación
intensa del deseo, la celebración de la vida que se posee, la recurrente
confesión de cosas que se sufren.
Un haz de asuntos, rasgos y atributos, tan rico como el
enumerado precedentemente, organizado alrededor de un mismo centro espiritual,
alcanzaría para mostrar el por qué de la individualidad de una voz. (En
relación a estos aspectos, cabe recordar que JV es autor, además, de ensayos
filosóficos vinculados al pensamiento y a sus intereses como profesor de Filosofía,
lo que induce a pensar en una peculiaridad del intertexto. También importa
saber que es pintor con fuerte vocación).
3.-La tercera
sección o “Los sentidos son goces en el
alma”, contiene un desarrollo lírico de lo que llamaríamos la sed y el goce
de los sentidos, en relación a lo circundante, según el orden de la luz y de lo
real-corporal de los seres. Podemos encontrar en esta tercera sección, casi el
pormenor de un carpe diem personal,
consumado-consumido. Infiltrado, por lo tanto, de nostalgia y ausencias. Aquí
los textos y sus movimientos confesionales nos sitúan entre la oda y la elegía.
El canto del goce sensual acarrea el asalto del tiempo, la temporalización de
lo que se goza. Porque es notorio que también la conciencia y el recuerdo aportan
tiempo. Siendo así, de su proceso no se sustrae ni siquiera la colorida vida
cotidiana. En este tramo las imágenes relativas a lo “natural”, son la tropía
fundamental del discurso y el sostén de la enunciación. Asimismo, son
connotadotes del deseo, ya que el poeta está instalado en el devenir, con
lucidez, con dolor sereno, aunque no puede escribir una poesía “sin texto de la sombra”. No hay pulpa
frutal que no concluya en una miseriuca. Otro tanto decimos del erotismo y de
su intensa irrupción, ya que se dan en el devenir, e temporalizan e infiltran
de desconocimiento e incertidumbre. Estamos pues, en presencia de una materia
tópica que se sustancia con rasgos ya presentes en la obra anterior de JV: un
lenguaje claro, a veces en tono menor, con una metáfora de claros engarces
discursivos, con un fraseo de sintaxis sosegada, con escasas configuraciones
intertextuales explícitas y ligeras paráfrasis. El verso, que no trabaja
significantes gráficos, del tipo del caligrama y que comúnmente es libre o
blanco, propende en algunos casos, a los metros más consolidados en la poesía
de la lengua y apela a sonoridades de una rima variada, sin plan fijo ni
formal. Jorge Albistur en su Prólogo a
Cosmoagónicas, anotó: “Hombre libre y la ciudad del exilio” [el
primer opus, de 1985], fue una de las más
conmovedoras versiones de la angustia colectiva, padecida en los años de la
dictadura. El nuevo libro de Vechtas, en cambio, es más resueltamente personal
e íntimo, como corresponde a un maduro enfrentamiento del hombre consigo mismo”.
El lector de este libro seguramente corroborará que aquél enfrentamiento,
es ahora, una asunción-incluidos los fantasmas y el imaginario personal-, que
se acompaña de una identidad hallada. Cosmoagónicas-de 1992-, posee más
ataduras a las formas recibidas en cuanto al verso y a la estrofa, pero es
estimable antecedente de este libro que comentamos. Veamos, por ejemplo, la
imagen final de la composición 13: “Y
aunque fuese locura/ sólo quien amó tiene memoria”. Si el quicio de la memoria renovadoramente
fundante del ser, tiene su sentido en la alteridad, en el conocimiento de otro
y en el querer a otro, es porque el yo trascendió sus fronteras. Entonces el yo
puede pensarse y sentirse tanto como al mundo en el que está y al tiempo en el
que se percibe.
4.-En la sección “Espejos”, los
nombrados y la mirada como variante temática, introducen claves metafísicas y
calidoscópicas vinculadas a la simbología de los primeros. El espejo se vincula
con la conciencia, ya que en ella se refleja el universo tal como puede
apreciarse claramente en esta poesía:
Mis ojos son espejos
de la noche. / Como un secreto, / la luna asoma/-inmensa y clara-por la ventana
abierta/ al corazón oscuro. /El silencio está echado sobre el mundo/ y
eternamente, espera. /Miro hacia la noche que llega/ y pienso:/ las estrellas
son opacas sin mis ojos/ y el espacio infinito/ no es el cielo”.
El espejo como imagen y en razón de su naturaleza simbólica,
dará lugar en esta sección, a ambivalencias, a desarrollos y aspectos
borgeanos, narcisistas y especulativos. Por de pronto, aquí la correlación
noche-ceguera, asoma identificada con lo absoluto. Es lo que nombra, por
ejemplo, en el primer texto de esta sección, como
“La ceguedad de lo
absoluto”, o lo que en la citada poesía 9, es la imagen “Mis ojos son espejos de la noche”. La
mirada también aparece como puente en tanto que metáfora de la angustia: “¿quién se mirará en mis ojos/ para
entregarle la mirada en la partida?”. La mirada supone igualmente, un
mirarse reflexivo, que conduce a la auto apreciación, a la espera, al silencio,
a la evidencia-inminencia de la muerte. Ello genera la necesidad de “Agarrarse a las vallas del tiempo/ como la
mariposa al vuelo”
El tratamiento lírico de este asunto y el tipo de imágenes
empleadas, se vinculan al relativismo como rasgo del arte contemporáneo,
reforzado por las perspectivas y sus juegos de imbricación, alternancia y
sucesión. Con todo, no dejaría de ser rasgo de manierismo, según la detección
de Graciela Mántaras, quien, en su estudio sobre la poesía uruguaya
contemporánea, no incluye a JV en sus listados. (Contra el silencio. Tae,
1998). Dice la autora en la
Introducción , que el “elemento-temático
y formal-, que aparece las más de las veces en textos manieristas, pero no
únicamente en ellos, es la ceguera o el ciego, como metáfora de la condición
humana. Eclosiona en la poesía de los años´70; se relaciona ( y el modo como lo
hace, queda por investigar), con los temas de la mirada, el mirar, el ver, el
no ver, que son anteriores”. (Corresponde anotar que JV pertenece a la
generación del ´60, por la cronología vital, aunque por las fechas de sus
publicaciones, es un “reservista” que empieza a publicar en los ´80).
La función introspectiva de la mirada, dará lugar, por otra
parte, al canto de lo entrañable. Del mismo modo que el espejo-desde su
parentesco con el agua quieta-, da lugar a hondas confesiones. Tal el deseo de
alcanzar con la mano, en la ventana de su luna, al amor “y aquel joven que fui/ que nunca dio conmigo”. Esta especie de
falta de diálogo fundante o de formato preliminar de la identidad, no tendrá
pocas consecuencias a nivel de las configuraciones semánticas, porque si bien
la soledad no sobreabunda como objeto preciso del canto, ella trasciende de
imágenes, de giros, analogías, de composiciones enteras, de la elocución
misma-en fin-, que pocas veces estatuye a un tú con la fuerza incuestionable de
una presencia capaz de marcar los significantes.
Como es sabido, el modo que tiene de configurarse quien
enuncia y la competencia lírica en las formas y contenidos de sus enunciados,
gestan un concepto de sujeto que es el que básicamente propone toda lectura.
Pues bien, en el caso de este libro nos parece que se trata de un solo o dejado
solo, de alguien que, en su sombra derivante, por la escritura, advierte una
falta o-lo que peor-, que él mismo no está. Al menos, de la manera deseada. “Amor, no me dejó elegir, amor es ciego”, dice en “Escrito
en el espejo”., la última
composición del libro. Casi como una consecuencia, tampoco podía faltar en esta
sección, el tema del doble, que se configura con imágenes explícitas. Por
ejemplo: “Hay otros en nosotros/ que aún
no han nacido” (En “Hay seres en nosotros”). “A veces me descubro/ pasar por los espejos”
(En “El libro mayor”),…”textos terribles que no escribo/ y
alguien dice por mí/ con un lenguaje roto. / Pero no son míos, / son de ese
otro/ que me da la espalda/ y a veces se vuelve/ y soy yo sin rostro” (En ”Sueño, viejo poeta, dime”) y “Yo me recuerdo el mismo y otro” (En :”El
ojo y el espejo”).
5.- “Disco mi corazón y te llamo”-la quinta
se las secciones-, aporta una clave o cifra: la del diálogo y el amor. Las
poesías que inauguran esta sección, alcanzan intenso erotismo, no obstante las
ausencias. El amor aparece como una intensificación del instante, como un
“presente” superlativo, ya que es (generalmente fue) verdadera realización,
consumación. Fue como un hacer del fuego. El eros, en tanto que realización
pasional, libra a los amantes a la inmanencia plena, autorreferida.
El erotismo en esta poesía de JV, se expande a todo el
cuerpo y al orden natural hasta que desemboca en lo ardido. Para entonces, será
casi sustancia de la elegía, sin que, a veces, falte la confesión del fracaso o
la expresión del reproche. Por ejemplo, leemos: “Amiga, conservo tu grito de placer/ en mi cuerpo,/ tu voz abriendo sus
alas a la noche, / la deliciosa tibieza de tus labios/ en los míos, / en la
transparencia misteriosa del cuarto”. (En ´Éxtasis”), “Tu lengua se
llueve de plata, / son un collar en mi cuello tus palabras” (En: “Hay una rosa II”).
6.-“Varia”, la sexta sección, es un complemento y
desarrollo de algunos motivos ya comentados. No falta el giro original, la
recurrencia algo obsesiva, tampoco la matización ni el hallazgo. Así, la
reflexión conduce a la interrogación sobre Dios; el deseo, a la expansión de su
objeto; el tiempo, a la porfía de la percepción de eternidad; la memoria, a los
recuerdos arcaicos y de infancia; el amor-desamor, a la nostalgia de lo
materno. Es probable que la frecuentación de algunas imágenes, genere un
inevitable compromiso del nivel y tensión poética. El hecho como fenómeno
escritural, que también se apreciaría en el volumen en su conjunto, aunque más
vinculado a asuntos y temas, impresiona como consecuencia de un control que se
debilita. Lo extensivo parece afectar a lo intenso. No porque sí, pues, esta
sección muestra cómo el libro extiende el discurso lírico hasta el asomo
expositivo, en aparente o probable contradicción con el subtítulo “Antojología
2” ,
que lleva el volumen.
Por momentos, la sección se carga de manifestación de ideas
y podría señalarse en el lenguaje, algunas infiltraciones del registro
filosófico. A veces recuerdan algunas marcas en la poesía de Circe Maia, aunque
en ella están resueltas desde una emotividad y estética diferentes. En esta
sección también se completa el trazado de una silueta espiritual del yo, de
singular configuración, dotada de momentos con intensa belleza y algún texto memorable como el titulado “Todo retornará al silencio”-el tercero de
ellos, con ecos bíblicos-, donde leemos:
“Cuando sople el viento del desierto/ y devuelva al polvo la palabra, / el
silencio soplará la Tierra /
y el sueño de Dios/ se habrá soñado”
Importa, pues, recorrer el itinerario de escritura de
alguien que finalmente, dice montar sobre un humano sueño “armado de palabras”, cuyo registro tiene-al menos-, un lugar en el
corpus de la promoción de los ´60.
Ricardo Pallares
El prólogo del prof. R. Pallares
lo incluyó en su libro Narradores y Poetas Contemporáneos. Ediciones Aldebarán. 2ooo. Auspiciado por la Academia Nacional
de Letras.
Comentario de Jorge
Albistur a “Hombre libre” y “La ciudad del exilio” (Poemas)
Editorial La
Banda Oriental. 1984
La poesía de Vechtas, es la expresión más pura de un
lenguaje bien nuestro y de todos, elegido para nombrar a las cosas innombrables
que nos han ocurrido también a todos. Ningún uruguayo de los que se quedaron en
la larga noche-a resistir desde el exilio interno-, dejará de sentirse
concernido por esta confesión poderosa que es, al mismo tiempo, una prueba de
solidaridad. Un canto a la fraternidad, elevado desde el confinamiento
espiritual de los humillados y ofendidos, los oprimidos por el odio: esto es la
poesía de Vechtas. Fraternidad con el joven estudiante de la cintura quebrada,
que ya no entrará en las muchachas, y con la madre de dulzura y duelo
entrevistos; con los que han tirado la conciencia a la basura y marchan al
trabajo, en los ómnibus repletos, “maniquíes
que cuelgan como reses/ enganchados del brazo al matadero”. ¿Y cómo podría
sentirse lejos de ellos, este poeta resignado a “oprimir el corazón debajo el saco?” La atmósfera de este libro,
recuerda a la poesía de Ernesto Cardenal, y a aquellas noches de Managua,
heridas por las sirenas, sobresaltadas por perros, radios, guardias y patrullas
en acecho. “El alma es como una muchacha
besuqueada detrás de un auto”, dice el poeta nicaragüense; y el uruguayo
expresa esta misma desolación, esta tristeza de amores robados como de prisa a
la hora de la angustia. En la referencia a las reses llevadas al matadero, y en
muchas otras imágenes, el lector percibirá-más bien que cualquier relación con
otro poeta americano-, un fuerte tono bíblico. A veces, un poema de Vechtas,
aparece casi enteramente como un salmo-“junto
a los ríos de Babilonia”-, porque allí está la primera e inmortal poesía
del exilio. El ghetto, la ciudad sitiada y la patria perdida, son aquí, los
términos recurrentes. Pero el libro termina con un exultante saludo al “Hombre libre”. Ese poema debe ser mirado
como el verdadero centro del volumen. Si él no estuviera, podría decirse que,
en esta desesperante sentencia shakespeariana, está lo que Vechtas piensa sobre
la vida y el destino de los hombres; es “un
fósforo frotado contra el muro/ que nada significa ni ilumina”.
Jorge Albistur.
_________________
“Prólogo” de Jorge
Albistur, a Cosmoagónicas, editorial La Banda Oriental.1992
En un volumen de esta misma editorial, y hace ya unos ocho
años, me tocó presentar un excelente libro de Joseph Vechtas: el titulado “Hombre
libre y la ciudad del exilio”. Esta circunstancia desaconsejaba, en
principio, que fuese también yo quien prologara estas composiciones “Cosmoagónicas”.
Me decidió a hacerlo, sin embargo, el considerar que estos dos libros
poéticos, son lo bastante diferentes, como para constituirse en mundos
perfectamente separables. “Hombre libre y la ciudad del exilio”, fue
una de las más conmovedoras versiones de la angustia colectiva, padecida en los
años de la dictadura. El nuevo libro de Vechtas, en cambio, es más
resueltamente personal e íntimo, como corresponde a un maduro enfrentamiento
del hombre consigo mismo. En este sentido, el poema “Retrato latinoamericano”-acertadamente
ubicado en el conjunto, como Introducción a él-, obra a modo de nexo entre aquel poeta sacudido por los
temas sociales y este otro, absorto en su propio destino. Pero aun a pesar de
su asunto, el poema mencionado, pertenece decididamente a esta segunda época,
por decirlo así: ya no hay la violencia del lenguaje llevado hasta el clamor,
ni aquella cólera acongojada y recorrida de pronto, por centelleantes imágenes
bíblicas, sino un tono más reflexivo y resignado. De cualquier manera, el poeta
latinoamericano, se ve a sí mismo bajando-sugestivamente bajando y no
subiendo-, como aquí se lee:”bajando mes
a mes y día a día/por la cuerda infinita de un salario”. Resulta significativo que, aun este poema-el
más próximo, como queda dicho, a Hombre libre y la ciudad del exilio”-, desemboque en la justificación a
través de la palabra: “Hombre pleno,
hombre planetario: / si estos versos te llegan/ -fragrantes todavía/ como un
corte de hierba-, aunque nada hice por ti ni por mí mismo,/ mi vida no fue en
vano”. Sigue habiendo en Vechtas, una preocupación por legitimarse a sus
propios ojos. En el libro anterior, comentaba la maquinal existencia del hombre
vaciado de sí mismo, a través de la imagen sacudida por una desesperante ráfaga
sakespeariana: “Un fósforo frotado contra
el mudo/ que nada significa ni ilumina”. Es bueno señalar ahora, a manera
de guía apenas útil, los centros del conjunto poético titulado “Cosmoagónicas”. El primero es la casi denodada
búsqueda de una identidad. El autor, como cualquier otro hombre, es varios
“yo”, y se empeña en reconocerse en la trama sutil que lo enlaza a otros seres.
Los muchos rostros están tan vivos, que asoman de pronto, a texto expreso, y
quedan a flor de poema: “golpeo las
ventanas/ de detenidos días/ y a las puertas me salen/ los que habitan en mí”.
La de Vechtas es, ahora, en buena medida, una poesía s del recuerdo: “mis ojos se empapan de memoria”. Es, además, una poesía de la
temporalidad cerrada y sin proyecto. “Sólo
vendrán los días pasados”, dice, y a veces, el verso recoge esa confluencia
del tiempo personal y filosófico, siempre potencial en Vechtas. Así, se lee en
otro momento: “Futuro y memoria son lo
mismo”. Como quiera que la identidad se define, sí en el tiempo, y por el
hilo salvador de la memoria, pero también en el espacio-un hombre es su mundo y
una serie de objetos-, hay aquí, una intensa poesía las cosas y los sitios. Los
ojos se empapan de memoria, pero la indagatoria de sí, en una tarde lluviosa,
puede convertirse casi enteramente en la percepción de un aroma: “Olor a marrón de las macetas. / Olor a
levadura en la cocina; / a madera cortada que grita y que perfuma/ un olor
amarillo” Por ese camino, Vechtas es
también el poeta del barrio y el hogar humildes; y Montevideo tiene en sus
versos, una gravitación falquiana. Pero el poeta confiesa además, esta
propuesta: “Unirme al canto polifónico
del mundo/ y ser olor, leña y resina”. Y en otro momento dice, con claridad
todavía mayor: “Mi conciencia se llena de
mundo: soy aquello que miro”. Si a esta posibilidad de transposición del
ser de las cosas, se añade el alma de ellas mismas-léase la “Oda al arbolito de la calle”, se estará
en presencia de un raro hilozoismo, que acaso ha de ser respuesta conceptual al
ser del mundo, y no ya sensación o emoción ocasionalmente nacidas. Una atención
a este hilozoismo, puede volver más
transparente, por otra parte, el título “Cosmoagónicas”. No hay, quizá, en
todo el libro, un poema más lleno de gracia que el llamado “Pelecito”.
La cautivante sencillez de ese texto, no debe disimular el espesor de este otro
tema de Vechtas: el amor. Es el suyo-siempre-, el amor fundador; ése que
ciertamente fue alguna vez pasión, pero se ha convertido en una opción madura e
íntegramente asumida. Con una crueldad nacida del cansancio y la desesperanza, Vechtas dice, de pronto, de “la compañera de los grises días”: “y descubre
que peina sus cenizas/ sin jamás ardido”. El poeta parece olvidar que esa mujer que
amasa, lava y regatea; esa mujer que acaricia con la mano nudosa del fregón y
la escoba, la que pone pinzas a la tarde, es su vagilla: la cosecha al hombro
que se lleva andando hacia la noche, como un consuelo y hasta un íntimo
regocijo. Sobre esa marcha, sobre el gran viaje, vale la pena copiar unos
versos-precisamente-, del poema “Homo viator”. Estos versos
configuran por sí solos un poema en sí mismo autosuficiente, aunque Vechtas
haya preferido que formaran parte de una composición más extensa, como se
observará en la lectura del libro. He aquí el texto en cuestión:
A corazón abierto, el
hombre
-vulnerable,
contradictoria criatura-,
levantó su casa,
persuadió a los
árboles que acudieran a su lado,
nombró las cosas para
que despertaran,
cubrió las rocas con
símbolos legibles
en un mundo sin voz y
sin lectura.
Al cielo llamó “Padre” y a la tierra, “Madre”.
Pero la muerte no
quiso obedecerle
y se escondió en los
anillos de su carne”.
Jorge Albistur
______________________
Prólogo del profesos Lauro Marauda al poemario La invención del tiempo
(Edición del autor. 4/2005)
Ese dado llamado tiempo
Poesía sencilla y profunda. Sencilla, porque contra lo que
una formación filosófica, pictórica y artística podía desvirtuar, Vechtas no
olvida nunca que la gran poesía consiste en imagen, música e iluminación, nunca
predominio del encadenamiento racional o casuístico. El yo lírico jamás cae en
el hermetismo ni en la expresión abstrusa. Cierto que los grandes temas
metafísicos (el lugar del hombre en el cosmos, el tiempo, la causa primera, el
fin último, Dios mismo), aparecen continuamente en sus poemas, pero bajo
disfraces atractivos, fulguraciones y sugestivos silencios. “Mi vida pasa. Los siglos permanecen”, o
“En un tiempo estuve yo/ en el mismo
lugar que ocupó el tiempo”, o “No es
el paraíso lo perdido. / Es este mundo”, ejemplifican las preocupaciones
más internas de un ser sensible ante las arbitrariedades del azar. Tiene razón
Ricardo Pallares, cuando afirma en el prólogo de “El presente incesante”,
que para el autor “La poesía es una
categoría de la existencia cuando aprehende al mundo y al tiempo”.También
cuando Jorge Albistur asevera de “Cosmoagónicas”, que representa “un maduro enfrentamiento del hombre consigo
mismo”. En este nuevo opus, donde Vechtas aprehende también al mundo y al
tiempo, con madurez, hay una flamante manera de devanar el hilo de siempre. La
palabra ha sido tendida en lo alto y a pesar de los golpes, la incomprensión y
la nada, sigue allí. Porque dice cosas importantes. Poesía profunda. Desde su
profundidad, el abismo nos reclama atención y audacia. Para no quedarnos en el
borde de la vida ni en sus pasatiempos. A pesar de que “Le duele el agua a los ojos. / Le duele el agua, el agua dolorida” y
“El tiempo y la muerte/ se cruzan en la
esquina”. También “Cada madrugada/
alguien sube la llave/ y el sol sigue encendido/ con su lámpara ciega”. Los
goces ayudan a vivir. “Hablar con los
amigos, / paladear la comida y las palabras, / compartir la noche escondida en
la copa, /con el regusto de la amante en la boca”. De modo que Vechtas, sin
grandilocuencia ni abstracciones desmedidas y ajenas a la belleza, poetiza que
sobrevivimos con una raíz en el dolor, pero también en la compasión, el
encuentro y la alegría. No es poca cosa en esta época de sombrías decadencias y
pozos solitarios.
Lauro Marauda
______________________
COMENTARIO DE LA PROF. MERCEDES RAMÍREZ DEL
POEMARIO “LA INVENCIÓN DEL
TIEMPO”.
Joseph Vechtas no integra ninguna capilla literaria. Su
producción ensayística-plástica, economía, humanismo-, no le ha valido el
reconocimiento que merece. Es un pintor de vasta obra, insuficientemente
conocida, aunque sí validada por el juicio de quienes son maestros en ese arte.
Joseph Vechtas es fundamentalmente poeta, autor de Cosmoagónicas, libro
prologado por Jorge Albistur; y el Presente incesante, prologado por
Ricardo Pallares. La valía de tales padrinazgos, adelanta desde ya, la fina
calidad de los poemas, en que el decantamiento de la indagación filosófica, se
une a la explosión sensual, regidas ambas, por la mirada del pintor. Joseph
Vechtas vive en Montevideo, camina por sus calles, captura la luz y la sombra
entre los follajes de su amado parque Rodó, para fijarlos en las telas. Es un
solitario, un hombre triste, que no tiene el propósito de esconder su tristeza
y su soledad, sino que las hace entramado de muchos de sus poemas. En alguna
página inédita, escribió: “Ciertos
optimistas, espontáneos unos, profesionales o coquetos otros, hallan amargos
estos versos. Lo siento: yo soy la herida”; “estamos solos. Nuestros ojos, son
espejos. Testigos de la vida”. Tal vez pudiera discutir la pertinencia de
la queja, que inspira muchos de sus versos, quien aprendió a dirigir a su
soledad y a su vejez, una sonrisa agradecida. Lo que no es discutible, es que
los ojos del artista, son espejos y testigos de la realidad, y que su voz,
tiene el derecho a elegir y decir los tonos de la desolación, para
transmutarlos en un hecho estético.
…………………………………………
No encontré más allá
del horizonte
sino eriales y tierras
conquistadas.
La recompensa la tengo
en mis heridas
y mi único pago es la
belleza.
Ella es mi suerte.
Una parca moneda
para pagar la vida
y el paso franqueado
hacia la muerte.
……………………………………………….
Vivo perdido
en la ciudad del
mundo,
entre muros de sombra,
en un foso infinito.
………………………………………..
Mi vida, que golpea,
está aquí afuera.
Y allá, en la
realidad,
la dicha ajena.
……………………………………………………
Se puede recorrer este excepcional poemario, espigando los
lamentos, la pena, la desolación que el poeta extrae de su propia existencia,
si es que debemos aceptar una lectura autobiográfica. Así, versos que sacamos
del contexto:”cuando volví, había perdido
la batalla”; “así como el atleta que sabe/ que nunca llegará a la meta”;
“Ulises sin Penélope, nada me queda sino la soledad”; “como el albañil en el
tejado/ reparando las tejas en la lluvia,/ se me pasó la vida”; “mi corazón
desborda de tristeza; /lastima a quienes ama/con su ciega torpeza”; “maestro en
el dolor y el sufrimiento/ juego mis cartas a lo irreparable”.
Una elegía al dolor; un treno prolongado, que llora sobre la
vida misma y, sin embargo, ¿quién podría jactarse como Vechtas. De haber
recibido como pago la belleza? “Ella es
mi suerte; una moneda para pagar la vida”.[3] El lector de la Invención del
tiempo, es un creador de belleza y también, un gozador muy sensual de
la belleza, como se revela en poemas que están al promediar el libro. Entonces,
¿dónde está la pérdida?
Todo poeta tiene el derecho a elegir su mirada y a defender
la autenticidad de su voz, pero cuando se trata de medir los pro y los contra
del vivir, nos viene a la memoria, uno de los sonetos más duros e intensos que
se hayan escrito en español: Adam Cast Forth,
Poema en el que se laudan los enigmas del sueño y del
recuerdo, y el ambiguo entretejido de dicha y pesadumbre que es la vida. Y
aquel terceto final:
“Y sin embargo, es
mucho haber vivido;
haber sido feliz,
haber tocado
el viviente Jardín
siquiera un día”.
Frente a este grupo inicial de poemas, que resuelven con
pesimismo, la ecuación existencial-que, digámoslo redundando-, es diferente
para cada viviente, en La invención del tiempo, hay muchos
poemas que quedan fuera de ese amargo circuito. Poemas del gozo, no del paraíso
perdido, sino de las cosas sencillas y de los abismos del erotismo, que la
memoria atesora.
……………………………………………………….
Vivir el cuerpo
cual huésped esperado,
a quien se o frece con
honor la silla,
que el pan y el vino
se han puesto por
nosotros
y se es parte en la
fiesta.
Vivir es una gloria,
Haber nacido en el
planeta de las flores,
tomar lasa cosas que
nos pertenecen
como si en cada mesa,
el plato, el vino y
los amigos,
esperasen-dispuestos
desde siempre-,
a compartir los goces
del banquete.
O este fragmento de Como un pájaro se abre la memoria:
“Como un ángel agitándose
en mis piernas,
sé por tu carne que
existía.
Por tocarte y olerte y
embriagarme
del incienso quemado
de tu cuerpo,
corren mis versos como
ríos paralelos.
Todo ha cambiado
aunque tú permaneces.
El amor, la muerte, el tiempo y la memoria, son los grandes
tópicos de la poesía universal. Nadie como Vechtas, ha profundizado en estos
últimos temas: tiempo y memoria. La fineza de la reflexión, los delicados
matices que va descubriendo en cada poema, son realmente excepcionales, dentro
de la actual poesía uruguaya.
El poema La noche de los cristales rotos, acoge
un tema que conmueve y seguirá conmoviendo al Occidente. En Vechtas, adquiere
la interioridad de una experiencia personal, transmutada en un poema austero. La
invención del tiempo, es un
libro cuya lectura demandará mucho tiempo lento, solidario y sensible, de cada
lector.
Mercedes Ramírez
Prólogo de la catedrática de Literatura Hispanoamericana, Prof. Sylvia
Lago, a la novela El exilio de Dios. Edit.
La Banda Oriental. 2003.
Una auténtica visión del mundo
Con una sólida formación filosófica, que le permitió ejercer
la docencia en el país a nivel superior, Joseph Vechtas es, prioritariamente,
un espíritu humanista en quien se aúnan una excepcional cultura, que abarca
todos los aspectos del intelecto, con inusuales condiciones creadoras: pintor
destacado, con numerosas exposiciones y reconocimientos en el ámbito de la
plástica, ha sido, además, profesor de literatura y crítico de arte
prestigioso. Todo esto, unido a una profunda sensibilidad, le ha permitido
lograr la captación plena del fenómeno estético, del cual se ha ocupado en
diversos ensayos de valor. Pero deseo resaltar especialmente, una faceta
fundamental en su actividad creadora: Vechtas es autor de libros de poemas muy
apreciados en nuestro ambiente cultural, y se ha destacado también en la
narrativa, así se trate del cuento o de la novela. Es precisamente este último
género, abordado por el escritor con sabiduría y agudeza, el que ahora nos
convoca para celebrar la aparición de El
exilio de Dios, novela donde las virtudes antes señaladas, se reúnen a fin
de componer una estructura armoniosa, sustentada en otras disciplinas, como la
historia, la sociología, la psicología, la antropología, que dan apoyo cabal al
desenvolvimiento de una fértil imaginación. Se produce así, un entramado
ficcional concebido con registros seguros, en el cual se va urdiendo una rica
evolución argumental y las historias de vida, entrelazadas, surgen de una
indudable capacidad para crear un contexto y un friso de personajes de real
estatura y verosimilitud. De esto deriva una coherente y particular visión del
mundo, que atañe no sólo a la creación de personajes-protagonistas u otras figuras
secundarias-, sino a una dinámica que los integra a todos: vinculándolos,
acercándolos, oponiéndolos, de pronto, con hábil estrategia de planos
contrastantes o encontrados y de intensa penetración psicológica. En esta
perspectiva se nos presenta don Perfecto-para empezar con un ejemplo
paradigmático-, ese “inmigrante
inmodesto”, desmesurado, “presa de
sentimientos contradictorios,” cuya presencia vertebra la novela, y que es
capaz de relacionar circunstancias diferentes, de enfrentar situaciones y de
ubicarse, sin temor, en el centro de los conflictos vitales planteados. O el
Narrador, que atiende a las peripecias del devenir novelístico, con una sutil
mirada crítica y que, enraizado en su país, con una definida cultura, emite
reflexiones profundas y es dueño de una cosmovisión que le permite incorporar en sus parlamentos,
la política, la filosofía, el arte, la religión, convocando de pronto, a Marx y
Engels, a Unamuno y Ortega,. Al mismo tiempo que tiene presente su origen: el
padre, aquél “gringo viejo”, que ha
sabido transmitirle un sustrato humano incanjeable. En un universo con pocas
respuestas ontológicas, donde hay una conciencia lúcida, que enjuicia y se auto
enjuicia, otros personajes contribuyen a crear una atmósfera, un estilo de
vida, una época. Recordamos especialmente, a Margarita, la esposa de don
Perfecto, con “su mente acosada por
sentimientos de culpa y de pecado”,
crucificada por ideas atávicas, soportando agresiones, dejando convivir
en ella, anhelos místicos y miedos patológicos. Y toda una pléyade de de
personajes engranados en una violencia salvaje, que no excluye la presencia de
una naturaleza expresada a plenitud, en “un
vértigo de estrellas”, o un “estremecimiento
sublime de los astros”. La novela
construye diversos estratos que se complementan acertadamente: así, ese
submundo-reconocible por el lector uruguayo-, donde cobran relieve personajes
pueblerinos, como el Comisario, la
Madama y sus “gurisas”,
sujetas a “normas sin transgresiones”, a violencias y humillación. El diálogo, dentro
de una textura prosística que urde contingencias actuales, evocaciones,
recuerdos, revela en sus expresiones, los espacios sociales en los que se
genera: el discurso dialógico se aviene cómodamente con artilugios de estilo,
como descripciones, metáforas, comparaciones propias de la modalidad expresiva
del autor (recordamos, ya hacia el final del texto: “ Sobre el horizonte, como un pliegue de papel arrugado o el interior
de una retina desgarrada, todavía crepitaba un resto de sol”, “había una luna
clara, traslúcida, hecha de agua o delgada porcelana”). La novela, filosa,
a veces, osada siempre en sus formulaciones, logra crear un universo propio,
plasmado en una escritura amena, reveladora, no sólo de un acendrado oficio de
narrar, sino de pensar y de vivir.
Sylvia Lago
__________________
Novela de un pensador y poeta
(Comentario
de la novela “El exilio de Dios”, por el prof. Jorge Albistur)
Amante del ensayo y la poesía,
Paul Valéry, declaró alguna vez, con mal humor, que no leía novelas porque no
podía perder el tiempo para saber si la condesa tomaba el té a las cinco de la
tarde. Pero la gran novela está a salvo de esta refutación. El
exilio de Dios, es una gran novela, al menos por sus aspiraciones. Rara
vez el género, entre nosotros, si bien ha sido abordado por plumas más
diestras, ha querido tomárselas con un haz de asuntos tan denso e insondable:
las relaciones del hombre y Dios, y de tal modo detenidas en el Antiguo
Testamento, que un hijo enfermo, es, acaso, maldición de lo alto; el amor como
descubrimiento del ser, ante sí mismo; el amor fundador y cimiento de un
destino u opción de vida; las formas de la justicia social y los clivajes
inevitables entre los paraísos prometidos y la módica tierra arable de los
hombres. Ninguna de estas grandes interrogantes, se desenvuelve en prolijos
cuestionamientos y arduas conceptualizaciones, como cabría esperar del profesor
de filosofía. Vechtas crea una trama y una accción. Da vida a personajes que no
son él mismo y los obliga a mirar el mundo desde ojos ajenos. Arma, también, un
escenario y no rehuye la pintura de la consabida aldea-mundo, global en el
mejor sentido: es Raigón, un pueblo o casi mera estación ferroviaria, en la
cuenca lechera de San José, cuyos muchachos corren, de pronto, al quilombo de
la capital maragata, angustiados como héroes de la novela rusa y sabedores de
que, si Dios no existe, todo está permitido. Cuando el lector encuentra esta
gravitación de Dostoievski y explora las temblorosas inocencias del amor, en el
cuartucho de un burdel de pueblo, bien puede agradecer esta apuesta a la salud
todavía actual, de Paco Espínola. Vechtas también cree que una sentencia de
Nietzsche, tiembla entre chilcas y cardos de nuestros campos y sigue en
entredicho en el drama de un jovencito chacarero. Porque El exilio de Dios es, de
algún modo, un Bildungsroman, o una
novela de la educación, sólo que bifurcada y abierta a dos protagonistas: el
aprendiz de pintor e intelectual temporariamente escindido de la vida ciudadana
y el adolescente de la tierra, aunque sueña con dedicarse a la electricidad y
asistir a la escuela industrial. Los dos envejecen a golpes, mejor que en
procesos que traigan consigo la madurez. Es obvio que el autor se parece, en
todo caso, al primero de estos adolescentes. Sólo él, además, puede aprender la
“irreversibilidad de lo vivido”,
cuando los espacios se transforman y subliman en tiempo, y por lo tanto, en
sólo memoria o imagen, o recuerdo: evidencia de la sustancia ilusoria de lo
vivido. El otro joven, muere demasiado prematuramente, para alcanzar esta
experiencia de la pérdida. La novela merodeada por los terribles conflictos de
Dostoievski es, sin embargo, confesadamente próxima a ciertos relatos de Galdós
o de la gran narrativa del siglo pasado. Vechtas mismo señala estas dos
proximidades.
A Raigón ha llegado, después de
trabajar en una fábrica de Estados Unidos, un combatiente republicano en la
guerra civil española. Se llama-para mayor filiación galdosiana-, don Perfecto.
Emprendedor y voluntarioso, hombre que sueña grandes empresas, este “rojo” se ha casado con una muchacha
católica: un alma tan cerrada como puede imaginase en la alumna de los curas
franquistas. La novela, en la primera parte, se demora en los íntimos
enfrentamientos de estos dos seres unidos, sin embargo, por el compromiso
siempre más fuerte, del sentimiento y la convivencia. Por momentos, la batalla
es entre el reino de Dios y el de los hombres, concebido este último, como
imperio de la ciencia y el progreso. Con el élan
de un Emilio Reus, pero condenado al fracaso, este don Perfecto está a
punto de transformarse en símbolo y arrastra a su contrafigura, a alzarse
también, hasta la categoría y el prototipo. La novela no es aquí previsible,
pero sí, tal vez, algo esquemática y respira el aire un poco antiguo del país
clerical modernizado por el krausismo batllista: la mujer descubre que Dios
castiga a los justos y el racionalista, se enfrenta a la irracionalidad de la
vida, siempre misteriosa y cruel, como el azar y el sinsentido, de una voluntad
arbitraria. Vechtas recuerda esta frase de Nietzsche: “Si yo fuera Dios, me moriría de dolor”. Sus personajes son
impulsados a confrontar una y otra vez, la absoluta verdad y la misericordia
infinita con el dolor y el absurdo. Narrador omnisciente, Vechtas suele contar
desde un fondo de reflexión, sobre los mismos hechos que él transforma en
historia. Asoma, quizá demasiado, en este contrapunto sobre lo religioso,
proyectando sus propios conflictos. Pero ese fondo de reflexión-o de inflexión
filosófica-, rara vez devora o sustituye al relato y lo acerca, en cambio, por
momentos, a tensiones ejemplares: el narrador piensa en Schopenhauer o Spinoza o
el budismo, o en las campanas de John Donne, que doblan por cada uno de los
hombres; pero el personaje aporta el asombro y el desamparo, y vive la
auténtica intimidad vacía que habrá de llenarse de mundo. Sea como fuere, un
pensador está agazapado detrás de las peripecias y deja a los seres y las
acciones, en libertad, pero juzga el todo como si no fuera suficiente registrar
el mero acontecer. De parecido modo, hay también un poeta al acecho, tras la
tranquila sintaxis del desarrollo novelesco: ese Joseph Vechtas, autor de Hombre
libre y Ciudad del exilio, Cosmoagónicas, que vigila y está en alerta,
para acotar, por ejemplo, cuál es la etimología de “pánico” o para escribir, con dudas, “como si le bajara a beber un pájaro en la boca”, y sabe también,
que los muertos están “parapetados en la
dimensión interior de las cosas”. Vechtas , el poeta, conoce bien,
igualmente, la última y resuelta incertidumbre de la condición humana y, más
allá de empeñosos ergotismos y casuismos arduos, ha definido
shakespearianamente, a la vida de los hombres, como “un fósforo frotado contra el muro/ que nada significa ni ilumina”.
En la novela, como trabajo más
sostenido y constructor del espíritu, no ha querido resignarse a este
nihilismo.
Semanario
“Brecha”. Literarias. 11 de Julio
de 2003. Jorge Albistur
_________________________
Reseña del crítico de La
República , Hugo Acevedo, de la novela “El Exilio de Dios”.
El exilio de Dios
Esta novela del docente y
escritor uruguayo Joseph Vechtas, narra la historia de una familia de
inmigrantes automarginados, que viven exiliados en una pequeña localidad.
La obra explora la peripecia
existencial de un singular grupo de seres humanos, proponiendo compartir
historias de vida, que se entrelazan hasta crear un vasto friso de contundente
realismo y singular verosimilitud. El escritor trabaja su materia literaria,
mediante un trazo muy particular y una visión personalísima del mundo y un
tiempo histórico determinados, integrando a sus personajes- aún a aquellos
aparentemente menos relevantes-, a un único e indivisible universo narrativo.
El relato construye múltiples micro mundos humanos, espaciales y emocionales,
donde sobresalen prototipos bien pueblerinos, que resultarán ciertamente
familiares al lector.
En el prólogo de este libro, la
escritora y crítica literaria Sylvia Lago, afirma que “se produce un entramado
ficcional concebido con registros seguros, en el cual se va urdiendo una rica
evolución argumental. De esto deriva una coherente y particular visión del
mundo, que atañe no sólo a la creación de personajes protagonistas u otras
figuras secundarias, sino a una dinámica que los integra a todos.”.
La autora señala que esta novela
posee “una estructura armoniosa, sustentada en otras disciplinas, como la
historia, la sociología, la psicología y la antropología, que dan apoyo cabal
al desenvolvimiento de una fértil imaginación·.
De sólida formación académica,
Joseph Vechtas ha demostrado una particular sensibilidad para decodificar
conductas y emociones, las que proyecta a sus paisajes literarios con sabiduría
y agudeza. A través de su participación en diversas actividades intelectuales,
el escritor ha logrado la plena captación del fenómeno estético, del cual se ha
ocupado en diversos ensayos.
Además de su actividad como
plástico, Vechtas es autor de libros de poemas, aunque se ha destacado
particularmente, en el género narrativo, tanto en el cuento como en la novela.
(21/7/03)
________________________
Prólogo del director del Museo Figari,
Pablo Thiago Rocca, a
“Figari.
Estética, arte, pintura.
Joseph Vechtas y el enfoque hilozoista en Pedro Figari
La elaboración crítica en torno
al pensamiento de Pedro Figari y el análisis de su obra pictórica, han sido
abordados desde diferentes perspectivas teóricas, en el transcurso del siglo
pasado, comenzando, aunque bastante tímidamente, en vida del propio artista. La
calidad de estos abordajes, bien dispares en cuanto al interés de los enfoques
disciplinarios y la profundidad de su tratamiento, ha dado lugar a una
biblioteca nutrida, base de referencia para especialistas y aficionados. Sabido
es que la valoración plástica de su pintura, se inaugura en Buenos Aires, en la
segunda década del siglo XX, en el ámbito de la revista Martín Fierro. Jorge Luis Borges, Ricardo Güiraldes, Oliverio Girondo,
González Garaño, son algunos de los intelectuales que le dedican un fervoroso
apoyo, desde la “trincheras” de esta publicación porteña, asimiladora de los
primeros movimientos vanguardistas en América. No obstante, serían los
franceses Desiré Roustan y Francis de Moimandre, quienes una década antes,
reconocerían su valía como filósofo, cuando en Uruguay aún sólo se lo veía como
un abogado y político de renombre. Sin embargo, para el público en general, el
conocimiento de la obra integral de Figari, sigue siendo, aún hoy, difuso,
fragmentario y por momentos, muy superficial. Muchas importantes publicaciones
se han agotado o resultan inhallables. [4] En
los últimos cincuenta años, los medios de prensa-tanto los de tiraje masivo
como las publicaciones especializadas-, salvo esporádicas excepciones, han
descuidado el tratamiento del “caso Figari”, con la seriedad y el celo que tal
empresa amerita.[5] Más frecuentes han sido
los resúmenes en revistas escolares, las apresuradas notas en diarios que lo
vinculan al mundo del carnaval-por extensión metonímica de su pintura de
candombes-, y las noticias sobre los altos precios que alcanzan sus cartones,
subastados en el exterior. Del político y del jurista, poco se dice; del
pedagogo casi ni se menciona; del filósofo nada se lee ni se escucha. Acaso
queda en el público, la vaga sensación de un pintor de candombes o “de pasadas
costumbres”. En este contexto, la publicación del libro de Joseph Vechtas, Figari. Estética, arte, pintura, marca
un punto alto de justipreciación crítica. Viene a consolidar iniciativas que
este museo ha alentado desde su creación y a sumarse a las que se implementarán
con motivo del sesquicentenario del nacimiento del autor de El arquitecto.[6] La larga peripecia
del ensayo de Vechtas, desde su concepción inicial hace tres lustros, hasta la
presente publicación-y algo nos adelanta el autor en las notas preliminares-,
es un duro ejemplo del tipo de obstáculos que operan en la comunidad académica
y en el ambiente editorial uruguayo. Ya en aquella primera versión, cuando
se presentó como resultado de un
proyecto de año sabático, el autor, a la sazón profesor de filosofía,
arriesgaba una serie de hipótesis novedosas y las desarrollaba con una batería
de recursos teóricos y con un ímpetu expositivo que no pasó por alto un
reducido núcleo de entendidos, encargados de darlas a conocer en forma parcial.
Así circularon por los ambientes museísticos y universitarios, versiones
sintéticas de este tratado.[7] No sería justo ni apropiado, afirmar, empero,
que en el transcurso de estos años, nada hemos avanzado en la comprensión de
esta figura capital de la cultura americana. Se han publicado varias
biografías; intensos y fructíferos han sido los análisis de la gestión de
Figari al frente de la Escuela
de Artes y Oficios, y las implicancias de sus postulados pedagógicos, ligados
al arte y la enseñanza industrial; se avizoran avances en el conocimiento de
los imaginarios precolombinos en su obra y en su concepción del hombre
primitivo; una exposición reciente en el Museo Nacional de Bellas Artes, de
Buenos Aires, profundizó en la inserción
del artista uruguayo, en la vanguardia porteña de los años veinte; y no falta
tampoco, la correcta reseña para niños, ni la exploración de los lazos del
joven Figari, con la masonería, entre otros acercamientos de interés. [8] Todo
lo cual, no quita, dada la especificidad filosófica de las cuestiones planteadas
por Vechtas, que éstas no hayan encontrado en todo este lapso, interlocutor
capaz de medirse con ellas, con una salvedad que merece citarse: el ensayo de
Juan Fló, titulado “Pedro Figari; pensamiento y pintura”.[9] Ambos
trabajos buscan, con similares antecedentes (Roustan, Emilio Oribe, Rama,
Manuel Clips, Ardao), “considerar principalmente, la teoría estética de Figari
y las relaciones que ésta guarda con su pintura”. Sin detenerse en
comparaciones de estilo, de enfoque o de extensión, es digno de observar, que
los dos trabajos más enjundiosos sobre el tema, los debemos a pensadores
cercanos al Taller Torres García. Tanto a Fló como a Vechtas, aunque al primero
de forma más o menos velada, parece acicatearlos la circunstancia,
diametralmente distinta en Torres, del desfasaje entre el discurso teórico y la
práctica pictórica de Figari. Sin explicitar los motivos, Vechtas afirma en una
breve nota al pie, que “disiente en lo principal”, con la investigación de su
antiguo profesor de estética, Fló. Parece razonable inferir que para Vechtas,
este desfasaje, es únicamente temporal-el período comprendido entre la
publicación de “Arte, Estética, Ideal”(1912),
y su entrega “profesional” a la pintura (a partir de 1917)-, mientras que, para
Fló, implica, además, una contradicción conceptual relevante.[10] De
hecho, Vechtas apuesta a una reconciliación orgánica entre las ideas y los
actos que promueve Figari; afirma el vínculo integral del hilozoismo-que se
apresura a diferenciar del panteísmo-, es decir, la concepción
“metafísico-vitalista” de Figari, en concordancia con su doctrina estética y su
pintura. Pero advierte: “No olvidemos que no es una obra sistemática,; le
interesan las ideas fundamentales de la vida y la sustancia. Vechtas sigue de
cerca, el hilo delicuescente con el que Figari teje su historia artística: “no sólo
pinta de memoria, sino que pinta la memoria”.
No podía quedar fuera del
análisis, por tanto, la emoción estética, a la que el estudioso aboca con
verdadera fruición y conocimiento de causa (pues Vechtas, no debemos olvidarlo,
es también pintor). De la intimidad de la elucubración interior, surge una
comprensión de las cualidades de la plástica figariana, que es, a la vez,
intelectualmente severa y comprensiva. Lo defiende de los cerrados enfoques
positivistas-“no pintó el progreso, el trabajo […], que se esperarían de un
positivista militante”-tanto como de los juicios costumbristas: “Mira mal quien
sólo ve el estampón, en los cartones de Figari; es víctima del formalismo
esteticista que abstrae el artista del hombre, de su concepción del mundo y de
la vida, de su densidad y su médula humana”. Hay un elemento crucial que nos
muestra el aliento vivificante, de este opus
de Vechtas: todo un capítulo dedicado al análisis compositivo de los cuadros, recurriendo
a ejemplos concretos. Este sano ejercicio “de mantener los pies en la tierra”,
tan apropiado a la hora de determinar la alineación de las teorías y las
prácticas, brilla por su ausencia entre el resto de los filósofos que abordaron
estas espinosas cuestiones. Y no es improbable que este descenso desde el plano
ideal, a los problemas básicos y más “mundanos” del pintor-deberíamos hablar de
ascenso, para librarnos del yugo de la costumbre de críticos y filósofos-, haya
tenido un costo alto para su autor. [11]
A riesgo de extraviarse en
consideraciones particulares, Vechtas redobla el desafío: en claridad y
perspicacia, de la obra analítica de la pintura, se aprecia uno de los mayores
logros de este ensayo. Otro, no menos fundamental, es situar la problemática,
en un rango ontológico, en una “cosmoplástica”, como define el autor, con
certero neologismo, sin decaer la tensión del pulso escritural ni reducir la
complejidad de las implicancias conceptuales. El ensayo de Vechtas, respira el
compromiso y la alegría de la pintura, lo que llama el “concepto eudemonista
del arte, como fuente de felicidad”, del que participa el propio Figari. “La
fiesta como ritualidad, como expresión profunda de la vida, a través del
instinto-que cuida nuestros extravíos civilizatorios y supersticiosos, nuestra
moral ascética y desvitalizante-. Y la fiesta como regocijo, sin conciencia de
lo que ella significa a un nivel metafísico (vital) más hondo”.
Pablo Thiago Rocca. Coordinador del Museo Figari
________________________
El lector interesado puede hallar los textos anteriores, en la Biblioteca Nacional
(Montevideo), y en algunas de los liceos capitalinos. En España, en la Biblioteca de la Universidad de
Salamanca, del Dep. de Literatura Española e Hispanoamericana (Facultad de
Filología); no así en la
Facultad de Humanidades de la
ROU. El libro sobre Figari, fue editado por
el Museo Figari, con el auspicio de la Embajada Española.
Se encuentra en: la
Biblioteca Nacional , las de la IMM y la Universidad Católica
del Uruguay. También en el Museo Juan Manuel Blanes y en la Facultad de Arquitectura..
_________________________
Ponencia para Ethik in Deuchtschland un Lateinamerica heute. Akte der
Ersten Germano-Iberoamerikanischen Ethik-Tage, en la Universidad Nacional
de B. Aires, entre el 11 y 13 de septiembre de 1985. Primeras Jornadas Germano –Iberoamericanas de Ética.
Publicación de la ponencia “¿Qué
posibilidades presenta el Uruguay para actualizar las virtualidades de sus
habitantes desde el punto de vista de la moralidad?”, por la editorial Peter Lang. Frankfurt am Main. Bern. New
York. Paris. 1987
Se encuentra en la biblioteca de la Facultad de filosofía de la Universidad de B. A.
_____________________________
Otros textos se hallan dispersos en diversas revistas y semanarios:
Garcín, La Semana
de El Día, Relaciones, Brecha, Compañero, Asamblea, Cuadernos de Marcha, Jaque,
la revista de la
Universidad de Moorhead (USA), la revista de la Academia Nacional
de Letras, etc.
CURRÍCULUM DE Joseph Vechtas pintor.
Estudios en la Escuela Industrial
con Manuel Rosé.
Estudios en el Taller Torres
García (1946-49)
Asistencia a las
clases-conferencia del Maestro, con su guía y correcciones.
Estudios en el Taller de Uruguay
Alpuy (1947-48).
Orientación artística de José
Gurvich.
Egreso de la Escuela Nacional de Bellas
Artes (Taller del Maestro Anhelo Hernández (1994).
Exposiciones
Exposición individual en el
Grupo Erato (1954)
Exposición colectiva en la Asoc. Cristiana de Jóvenes.
(1959)
1er premio en el IV Salón de
Artes Plásticas de las Asociación de Estudiantes. (1960)
Exposición colectiva organizada
por Anoar Azioni. (1960)
2do Premio en el 1er Salón de
Independientes de la Alianza Francesa.
(1975)
Exposición colectiva en el Banco
de la República
(1979)
Exposición individual en la Asociación Cristiana
de Jóvenes. (2000)
Exposición individual en la
Sala Vaz Ferreira de la Biblioteca Nacional.
(2001)
Exposición en la Sala de la Cátedra Alicia Goyena.
Exposición en el Museo Manuel
Blanes (2007)
Exposición en el Museo Nacional
de Artes Visuales. 2010
Presentación
del Maestro Anhelo Hernández, en el catálogo de la Exposición en la Cátedra Alicia Goyena:
Joseph Vechtas es un pintor de
toda la vida. Antaño discípulo de Torres-García; granjero luego, filósofo,
poeta, ensayista de siempre, recién ahora, cuando ya lleva editado varios
libros, y es reconocido como un avezado navegador de las ideas estéticas y
filosóficas, se lanza con ese pudor que el mercado del arte quiere borrar, a la
aventura de exponer sus trabajos pictóricos, porque ya se sabe que tiene un
horizonte propio y un lenguaje con el que aproximarse a él. Sus obras no son
las de un pintor naturalista, nada más lejos del seguimiento de las
apariencias, de la fruición sin reparos, de lo fugaz a que se entregan los
paisajistas y retratistas merecedores de tal título. Tampoco ellas pueden ser
consideradas el resultado de experiencias formales, antes bien, debemos
inscribirlas en la tradición de la pintura metafísica, no de la que se demora
en entelequias de la imaginación, sino de esa otra que procura develar la
médula de la realidad. Joseph aborda las apariencias cotidianas, la calla, la
casa, la ventana, los árboles, las huertas, para transformarlas por una suerte
de decantación, de maduración, en los testimonios de un orden. Para ello somete
todo lo que es experiencia visual, así a lo hermoso como a lo no nos lo parece,
a una clase de cristalización de la que surge una verdad, la suya. No símil
sino versión, no ocurrencia sino parte descarnada de sí mismo.
Anhelo Hernández
Presentación del Maestro Anhelo Hernández
al catálogo de la exposición en el Museo Juan Manuel Blanes
Lo que el pintor, antaño
profesor de filosofía, ensayista, también novelista y poeta, que en su juventud
atendió las enseñanzas de Torres García, ha reunido en esta muestra, son y no
son retratos: son esa suerte de documentos que parecieran guardar rasgos de una
individualidad de las personas y no lo son, porque buscan presentarnos lo que
en estos se puede atisbar de la maltratada humanidad que está en su esencia.
No trata el pintor, de
representar prototipos ideales, atemporales, ni de exhibir sus capacidades de
creador de fantasías, quizás reveladoras de su ego. Su empeño se dirige a dejar
una pudorosa constancia de que seres de este tiempo, nuestros vecinos, nosotros
mismos, estamos sobreviviendo, a veces, en condiciones atroces, preservando,
sin embargo, lo esencial, la condición humana, el rostro humano.
Elegir,
como hace Vechtas, ser “suaviter in modo
fortiter in res”, es una postura ética,
que supone una estética todavía
en búsqueda.
Anhelo Hernández
Reseña del crítico Alejandro Michelena
Vechtas: un pintor para conocer
Joseph Vechtas es conocido por
destacada labor ensayística (…).Son menos quienes conocen al Vechtas pintor, a
pesar de que su vocación por el arte plástico, lo viene acompañando desde
siempre. Supo ser un juvenil discípulo del Taller Torres García (a fines de los
años cuarenta) y nunca ha dejado de pintar. Y tampoco de aprender-aplicando
sabiamente, aquella máxima que dice, más o menos, que en realidad estamos
educándonos durante toda la vida-ya que en los primeros noventa, estudió en la Escuela de Bellas Artes,
integrando el Taller de Anhelo Hernández.
Artista de pocas, muy contadas exposiciones, muestra en
la oportunidad, su obra de los años recientes; aunque no faltan
algunas-realmente interesantes-, de etapas más lejanas.
Sin desmerecer sus retratos,
particularmente intensos, lo que más se destaca son los cuadros referidos al
paisaje urbano. Entrañables y reconocibles rincones de Montevideo, y en
particular, del Parque Rodó, se asoman a través de una elaboración realista, aunque
poética, mediante una paleta que por momentos, evoca-de manera lejana-, las
lecciones de Torres. Pero el pintor no se queda ahí: no le teme al toque
deliberadamente ingenuo y a la elocuencia de la sencillez. “Sus obras no son las de un pintor
naturalista”, afirma en el catálogo Anhelo Hernández, vinculándolo después,
a “la tradición de la pintura metafísica”. Quien contemple con la debida atención, la
serie de cuadros de Joseph Vechtas (…), se encontrará con un pintor que logra
algo que no es común: una mirada personal. Por eso, podemos afirmar que estamos
ante un creador genuino. Y más allá de las categorizaciones críticas, siempre
aleatorias, esta obra ha alcanzado ya su tono y su ritmo intransferible y eso
lo justifica plenamente como artista.
Alejandro Michelena
[2] Profesor de literatura,
poeta; académico de la Academia Nacional
de Letras de la R. O.
del Uruguay
Este ensayo pertenece a su libro Narradores y Poetas
Contemporáneos. Academia Nacional de Letras.
Editorial Aldebarán.
[3] La fina e inteligente
crítica, ha interpretado-por la ambigüedad del verso-, una acepción posible:
que el autor se creyó recompensado por haber
creado belleza. Lejos de una arrogancia tal, su recompensa está en el sentido de la vida que la belleza da,
tanto la naturaleza como el arte. La sublimidad de un Bach, un Haendel, un
Vivaldi, un Mozart, un Schubert, un
Brahms, un Manrique, un A. Machado. La
hermana Marica, Lo fatal, Walt Witmann,
Eurípides, Virgilio, Ibsen, Dostoyewski, Proust, un Chejov y otros que,
no sólo ahondan en las entrañas de la vida, del pensar y del sentir humanos,
sino que les debemos una fuente inefable de alegría; la otra cara del dolor, la
explotación y la injusticia. ¿Quién puede atribuirse algo semejante, sin
cometer un pecado de hybris, si no de ceguera o necedad? Tenía razón
Schopenhauer: la belleza, que suspende
el sufrimiento. Comparto, pues, la velada y delicada reserva de la profesora.
Gozar de la belleza, no es alcanzarla. Sólo un Mozart podía saberlo.
[4] Una lista somera, debería
incluir a sus primeros críticos, como Georges Pillement, cuya obra de 1930,
nunca fue traducida al español ni reeditada en francés; las monografías de
Carlos Herrera MacLean y Giselda Zani; los capítulos de los libros de arte
uruguayo, de Eduardo Dieste, Cipriano Vitureira y Pedro Argul; el fundamental y
compresivo La aventura intelectual de
Pedro Figari, de Ángel Rama; el estudio filosófico de Jesús Caño Güiral,
sobre Historia Kiria; los ensayos y
compilaciones de textos pedagógicos realizados por Arturo Ardao, en los años
sesenta; el estudio técnico del argentino Juan Corradini; el testimonio-valioso
por su cercanía afectiva-, de Delia Figari de Herrera; los textos de Nelson Di
Maggio y Gabriel Peluffo, que acompañaron la exposición de Figari en París, del
año 1992. Estos son algunos de los hitos bibliográficos que resultan de difícil
acceso en bibliotecas públicas y son prácticamente, inhallables en las
librerías.
[5] La excepción a la regla,
viene dada por un emprendimiento de la ANEP.
En Cuestión de pocos años, la UTU ha reeditado buena parte de la obra de Figari
y sus antologistas, con resultados dispares. Aceptable, por ejemplo, la edición
facsimilar del Crimen de la Calle Chaná ; deficiente por
el número de erratas, la reedición de Historia
Kiria.
[6] El pasado año se
presentaron en esta institución, el ensayo Pedro
Figari. Tradición y utopía, de María L. Battegazzore y Nancy Carbabal, y
una nueva edición de los cuentos de Figari (con la novedad de la primera
traducción al español, de la nouvelle
Dans l´autre monde), por el Grupo
Editorial Irrupciones. Actualmente, el Museo Figari, prepara la publicación
de parte del epistolario inédito de Pedro Figari y de una guía razonada de la
obra de Pedro Figari, existente en colecciones del estado.
[7] A fines de los años
noventa, el Museo Blanes, por iniciativa de su director, Gabriel Peluffo, puso
en circulación fotocopias con extracto del presente ensayo.
[8] Nos referimos,
respectivamente, a las biografías de Raquel Pereda y de Julio María
Sanguinetti; los varios escritos de Luis Víctor Anastasía y el fundamental
aporte de Gabriel Peluffo, sobre el período figariano de la Escuela de Artes y
Oficios; los acercamientos a los imaginarios prehispánicos en Figari, y el
catálogo de la muestra “El ser primario, el hombre primordial” (Museo Figari);
el catálogo de la muestra “La revista Martín Fierro”, en el Museo Nacional de
Artes Visuales, de Argentina; el librillo de la colección para niños de Emma
Sanguinetti y el estudio de Diego Moraes,
Figari, el Masón.
[9] Catálogo de la exposición
“Pedro Figari (1861-1938). Museo Blanes. Montevideo.1999.
[10] “La única hipótesis que
me parece admisible, es la que, en Figari, se manifiesta una situación
íntimamente contradictoria, a medida que profundiza su frecuentación con el
arte como práctica y contemplación comprometida…”: op. cit. P.34. La reflexión
viene a cuento de la autonomía del arte y del lugar con que éste ocuparía en una
filosofía de corte positivista, como la de Figari.
[11] El jurado de su proyecto
sabático, vio con malos ojos esta postura crítica de Vechtas, y así se lo hizo
notar, demorando quince años, lo que pudo ser una temprana contribución a la
historia crítica de Figari.